12 Abr Mis pensamientos sobre la Covid
Nota: Las entradas del blog estan escritas originalmente en inglés. Las traduzco al catalán y al castellano con Google Translate y luego las edito para que coincidan el significado del tema en cuestión (¡y mientras tanto siempre aprendo algo nuevo!). Para una escritura simple y directa, es sorprendentemente eficaz. Pero es posible que en algunas partes mi estilo de escritura (en inglés) no se traduzca bien al catalán o al castellano, los cuales hablo y escribo a diario, pero no soy hablante nativo. Así que en caso de duda, consulte el inglés original.
Para mi tercer blog quiero hablar sobre la pandemia de Covid-19. Ya que considero esta escritura informal y conversacional, y dado que soy un científico físico, no un epidemiólogo, no hablo como una autoridad en virus o enfermedades infecciosas. Pero he descubierto que la opinión pública sobre el tema, al menos en el mundo occidental, ha estado repleta de manías de pánico, pensamiento irracional, mala organización, excesiva indiferencia, malentendidos de las estadísticas, y simplemente la falta de la prudencia necesaria para una civilización avanzada. De alguna manera nos ha unido, pero en muchas otras la Covid ha destacado que no estamos preparados cuando se nos pide que hagamos cambios sociales. Si no podemos manejar una pandemia como personas adultas, ¿cómo podemos esperar manejar el cambio climático? Por lo tanto, me gustaría compartir un poco de lo que he aprendido durante el año pasado, un poco de mi experiencia personal como canadiense viviendo en el extranjero durante el confinamiento de Covid en España, y concretamente en Cataluña, y cómo se ha ido desarrollando, pero también, a continuación, quiero comunicar algunos de los matices que creo que benefician a la sociedad en el futuro.
Mi esposa Anna y yo nos conocimos en Ottawa durante el brote de Sars-1 en el verano de 2003. Al igual que con otras crisis sanitarias, estaba en todas las noticias y las autoridades parecían tomarlo muy en serio, informando al público de manera racional y prudente, y despertando conciencias. En retrospectiva, entonces, casi nos deja atónitos que se pudo celebrar un concierto multitudinario con los Rolling Stones y AC / DC entre muchos otros, y presentado por el propio Dan Aykroyd de Canadá. Uno no puede evitar preguntarse, si Sars-1 y Sars-2 son ambos coronavirus que conducen al SARS, ¿cómo se pudo organizar un concierto benéfico con medio millón de personas sin mantener las distancias de seguridad? A primera vista parecería una broma cruel. Por supuesto, la respuesta es porque tienen transmisividades muy diferentes. Sars-Cov-1 y el peligro actual, Sars-Cov-2 son ambos coronavirus con lo que a menudo se denominan engañosamente ‘picos’ que sobresalen de ellos, pareciendo vagamente una corona en una sección microscópica 2D. Los modelos de ordenador en 3D los muestran más como un cardo extraterrestre.
Resulta que estos picos de peplómero son proteínas y que sus diferentes características son las que pueden hacerlas más o menos contagiosas. Dado que aquí estamos hablando de estructuras microscópicas que son ligeramente más pequeñas de lo que es visible para un microscopio óptico, me parece que nos estamos refiriendo al rango de escalas sobre las cuales influye el enlace químico entre moléculas. La forma particular de estas proteínas de pico, supongo, tiene algo que ver con lo ‘pegajoso’ que es el virus y, por lo tanto, con su supervivencia, ya que se adhiere e ‘invade’ las paredes celulares, reemplazando el ADN de su célula con un nuevo algoritmo genético de copias del virus en su lugar. Después de múltiples copias, la célula se hincha con el ARN del virus hasta el punto de reventar las paredes celulares, lo que permite que los virus Sars-Cov-2 se propaguen e infecten a otras células de la misma manera.
No hace falta decirlo, pero lo diré de todos modos: los virus no tienen conciencia, con objetivos o agendas. Son solamente moléculas de ARN, encerradas en lípidos, con «picos» de proteínas, como zombis, autoestopistas que viajan en gotas de agua, que se mueven estocásticamente por el aire regidos por las leyes de la fluidodinámica. Los virus son más pequeños que los espacios entre las fibras, incluso para las mascarillas quirúrgicas. No obstante, las mascarillas son eficaces. ¿Porqué? La razón es que sus portadores, las gotas de agua, son mucho más grandes que los espacios entre las fibras, de manera que la máscara puede detener una gran cantidad de virus.
Dado que un virus necesita una célula huésped para obtener su energía y sobrevivir (pero, no obstante, todavía lo considero como ‘vida’), el tamaño y la forma específicos de estas proteínas de alguna manera hacen que Sars-Cov-2 sea más hábil para adherirse a la paredes celulares, en particular, las células del tracto respiratorio, que, supongo, deben tener algunas características particulares susceptibles de Sars-Cov-2 que las hacen más susceptibles a la invasión. Allí, a la mugre mucosa dels pulmons, encuentran las condiciones óptimas para proliferar.
Hace unos meses me intrigó leer sobre estas proteínas en Scientific American (en inglés). Entonces, si lo entendí bien, las proteínas de punta en Sars-Cov-2 tienen arreglos optimizados que se balancean o giran como bisagras tridimensionales microscópicas. Supuestamente esto es lo que facilita su adhesión a las grasas de las paredes celulares. El virus también puede acumular cadenas de azúcar (glicano) en los picos, camuflándose con los anticuerpos. Dado que Sars-Cov-2 tiene más capacidad de supervivencia, es más transmisible. Supongo que los coronavirus anteriores no tenían esta característica de proteína de bisagra e incluso nos permitieron hacer conciertos de rock en su nombre.
La génesis de la Sars-Cov-2
Entonces, ¿cómo surge de repente un virus que no existía antes de 2019? La respuesta a eso es la evolución.
Así es como lo pienso. Aunque imaginamos la evolución como algo que ocurre sólo durante períodos de tiempo mucho más largos, los virus (y las bacterias, tal vez) son lo suficientemente simples como para que pequeños cambios moleculares en sus estructuras generen cambios sustanciales en el organismo en su conjunto, ya que son, relativamente hablando, no mucho más grandes que los átomos individuales.
Una mutación aleatoria podría ser causada por fenómenos naturales como los rayos cósmicos, que llegan a la Tierra continuamente, aunque afortunadamente atenuados por el campo magnético terrestre y su atmósfera. Los rayos cósmicos son núcleos atómicos que se mueven a través del espacio a una velocidad cercana a la de la luz. Probablemente se originen a partir de explosiones de supernovas o núcleos galácticos activos.
La mayoría de veces los rayos cósmicos sólo causan daños locales y temporales a la vida biológica, lo cual es insignificante en el gran esquema de las cosas. Pero a veces, uno de estos núcleos acelerados puede atravesar una pared celular y dañar las moléculas de ADN, lo que puede hacer que una combinación específica de pares de bases se recombine de una manera nueva. Piénsalo. Un núcleo pesado ha estado viajando por el espacio casi a la velocidad de la luz durante millones o miles de millones de años solo para dañar su ADN. ¡Debe ser lunes!
La mayoría de los patrones de pares de bases no tienen ningún papel en decirle a una célula cómo replicarse. Pero, si se modifica una parte del ADN que codifica la replicación, es posible que tengamos un nuevo organismo. Este nuevo organismo a menudo no es tan bueno para replicarse en medio del mar de otros microorganismos que compiten por el dominio. Pero, por casualidad, una modificación en particular condujo a la creación de Sars-Cov-2, especialmente con sus características proteínas de punta bisagra.
La narrativa de consenso en la comunidad científica es que esto sucedió en o cerca de las colonias de murciélagos, donde el murciélago de alguna manera lo transmitió a un pangolín, que se vendió en un mercado vivo en Wuhan, China, donde entró la población humana. Por lo tanto, selección natural.
¿Podría haber sido seleccionado artificialmente? Quiero decir, lo hacemos todo el tiempo, ¿sabes? Creamos razas de perros seleccionando rasgos deseables. Hacemos lo mismo en agricultura. ¿Sabías que las zanahorias solían ser siempre blancas, como las chirivías? Supongo que el naranja es un color agradable para nosotros, así que lo seleccionamos. ¿No podría uno seleccionar artificialmente también las características del virus? Presumiblemente, seleccionaríamos cepas menos transmisibles y menos mortales. ¿Podría el Sars-Cov-2 haber sido creado en un laboratorio por científicos bien intencionados que investigaban nuevas vacunas? Es posible.
He visto a los medios de comunicación a veces preguntar si tuvo un origen zoonótico (evolución por selección natural) o de laboratorio (evolución por selección artificial). Sin embargo, he visto a pocos decir que podría haber sido zoonótico y luego estudiado i/o modificado en el laboratorio de Wuhan. El principio de caridad nos implora a que no culpemos a los humanos por crear este virus, y mucho menos, con malas intenciones; al menos de momento. Más bien, una historia de origen zoonótico más satisfactoria psicológicamente y sin culpa intenta resolver el problema y permitirnos, como civilización global, abordar la pandemia de cara. De acuerdo. Si hay más información disponible, podemos hacer una corrección del curso.
Sin embargo, hay algunas pruebas circunstanciales preocupantes de que, de hecho, se creó, o al menos, se aumentó o se propagó en el laboratorio de Wuhan, China, y luego se lanzó accidentalmente al mercado de pescado. Después de todo esto, el mercado vivo estaba a sólo unas manzanas del laboratorio. Si esto es cierto, China tiene que dar algunas explicaciones. Pero, no solo China, porque, como escribe Nicholson Baker en NYMAG (New York Magazine), durante las administraciones de Obama y Trump, se proporcionaron fondos a estudios que intentaron deliberadamente aumentar la transmisibilidad de los coronavirus, aparentemente para aprender más sobre ellos para la fabricación de tratamientos. El conocimiento es poder. Pero, con el poder viene la responsabilidad, por lo que si esto resulta ser cierto, es posible que la historia no lo vea con amabilidad.
La explicación más habitual de los orígenes de Covid-19 durante el año pasado ha sido que tuvo un origen zoonótico. Vayamos con eso por un momento. Según los hechos, en 2012, a algunos hombres y niños lejos de Wuhan, en el sur de China, se les asignó la tarea, digamos, desafortunada, de recolectar grandes cantidades de guano de murciélago (excrementos fecales compactados de murciélagos en el suelo de una cueva). Respiraron cantidades suficientes del polvo de guano perturbado y luego murieron de insuficiencia respiratoria.
Pero, si es cierto, ¿por qué no comenzó a propagarse el virus en 2012? Evidentemente, sabemos que es característicamente transmisible. ¿Se espera que creamos que entre ese incidente y el brote de 2019 en Wuhan, el virus evolucionó de manera gradual o puntual por selección natural, terminando en el mercado de pescado que está al lado del laboratorio biológico de alta seguridad, ahora de repente altamente transmisible?
Bueno, tal vez. No puedo descartar eso. Sin embargo, el laboratorio de Wuhan es el primero, y creo, el único laboratorio de seguridad de nivel 4 de bioseguridad (BSL-4; el nivel más alto) de este tipo en China. Además, Estados Unidos había estado financiando la investigación de aumento de la transmisibilidad en ese mismo laboratorio. Lea el artículo (en inglés) de Nicolson Baker para obtener más detalles y su especulación informada.
Para que quede claro, no estoy dando a entender que se trataba de un ataque bioterrorista intencionado ni nada por el estilo. Pero tenemos que hacer frente a estos problemas porque los accidentes ocurren. Y, en sociedades cada vez más complejas, los accidentes tienen consecuencias cada vez más graves; por «jugar a ser Dios», por así decirlo.
Aquí hay algunas preguntas para reflexionar: ¿el valor científico de los experimentos de aumento de la transmisibilidad supera los posibles inconvenientes de un brote? Mi opinión es no. Probablemente podríamos aprender tanto sobre cómo hacer que los virus sean más transmisibles a través de modelos de ordenador, al igual que lo hacemos con las explosiones de pruebas nucleares. Pero incluso la secuenciación digital de genes y el modelado informático de virus pueden ser un desastre si una persona malintencionada y con conocimientos suficientes es capaz de crear vida sintética a partir de ellos y liberarlos en la naturaleza. Esto es posible ahora usando técnicas como la herramienta de edición de genes Crispr (que, debo agregar, es un trabajo científico impresionante por parte de sus inventores, Jennifer Doudna et al.). Eso sería algo aterrador, de hecho, si se determina que es cierto. Tiene un potencial de riesgo existencial, como analiza el filósofo de Oxford Toby Ord en su reciente libro The Precipice, que se publicó justo antes de la pandemia, pero, no obstante, es impresionantemente acertado. Sars-Cov-2 podría haber sido mucho peor. No hay ninguna razón por la que no podría haber sido diez o más veces más fatal, sin ser lo suficientemente letal como para desaparecer al matar a sus huéspedes vivos.
La noticia reciente ha sido que la OMS, después de una investigación aparentemente exhaustiva en Wuhan, descubrió que el virus era de origen zoonótico. De acuerdo, caso cerrado, ¿verdad? Bueno, de nuevo, tal vez. Sin embargo, normalmente un estudio científico completo debería llevar muchos meses, si no años. Pero, por otro lado, tal vez fue algo aún más nefasto. Es todavía posible (pero no probable, en mi opinión) que alguien haya plantado deliberadamente el virus (que era de origen zoonótico) en el mercado vivo cerca del laboratorio para convertir al laboratorio en un sospechoso circunstancial. Será difícil saberlo con certeza.
Por naturaleza y formación científica, soy escéptico sobre las teorías de la conspiración. Creo que la creencia de uno debe ser proporcional a la evidencia. Actualmente parece haber sido de origen zoonótico. Por lo tanto, tendré que aceptar sus hallazgos, pero permaneceré abierto a cambiar mi opinión si se presentan más pruebas.
Los “hallazgos parciales” de esta investigación son muy escasos en detalles y se apresuran a agregar que la investigación va a ser un proceso mucho más largo. Sin embargo, desde un punto de vista geopolítico, probablemente a la OMS le interese no molestar China, especialmente dada la rapidez con la que se crean las “burbujas de información.” Deben saberlo y pueden haber hecho un cálculo político para no hacerlo. Me imagino que si vinieran con los hallazgos parciales opuestos (que se escape accidentalmente), entonces los teóricos de la conspiración (muchos de los que tienen influencia política) aprovecharon la oportunidad para culpar a China. Eso no sería bueno para el mundo en este momento. El virus ya está aquí. Necesitamos lidiar con la pandemia y debe servir como una lección para prepararnos para futuros brotes inevitables.
Lecciones para un mundo post-pandémico
El libro de Fareed Zakaria “Diez lecciones para un mundo pospandémico”, dedica un capítulo a discutir la erosión de la confianza del público hacia los «expertos». En el sentido más amplio, un experto es una persona con conocimientos especializados sobre un tema en particular. No hace falta decir que cuanto más conocimiento colectivo acumulamos, menos conocimiento pueden tener los expertos.
La tendencia natural es que sólo ciertos individuos calificados se conviertan en expertos. Este ha sido el caso a lo largo de la historia, desde la división del trabajo hasta ahora. Muchas veces se ven personajes históricos etiquetados a la vez como filósofos, científicos, exploradores, inventores, eruditos. Y, aunque personalmente comparto esa pasión por muchos campos de investigación, a medida que crece el conjunto de conocimientos del mundo, se vuelve cada vez más difícil para uno ser un erudito completo, como aspiro a serlo. De esta forma es beneficioso contar con especialistas, o los denominados «expertos» en diversos campos de estudio para seguir descubriendo e innovando.
Por un lado, la gente espera que los expertos resuelvan los abundantes dilemas de la sociedad. Pero, por otro lado, en Occidente parece haber una desconfianza creciente en los expertos, especialmente cuando entran en conflicto con tus creencias políticas. Zakaria señala cómo el político británico Michael Gove, cuando se le pidió que nombrara a algunos economistas que apoyaban su opinión de que separarse de la Unión Europea sería bueno para los negocios, respondió: «¡La gente de este país ya está harta de expertos»!
Es como si todo lo que fuera necesario para decidir colectivamente si quedarse o salir de la UE fuera simplemente su instinto. No sé vosotros, pero si me estuvieran sometiendo a un procedimiento médico delicado, quisiera un experto. Lo mismo ocurre con arreglar mi coche o mi ordenador, pavimentar un suelo o separarme o no de Europa.
¿Cuál es el motivo profundo de esta desconfianza en los expertos? Probablemente en parte se deba a que la gente espera resultados rápidamente. La ciencia trabaja lenta, meticulosamente y deliberadamente hacia la verdad fundamental, mientras que (cada vez más) la sociedad se ha acostumbrado a las respuestas inmediatas (es decir, el nuevo verbo «googlear» algo; incluso fomentan esto con su botón «Voy a tener suerte» que elige el primer resultado por ti).
Por lo tanto, de esta manera las personas pueden encontrar sus propios «hechos» escritos en algún lugar, por alguien online, que pueden o no ser verdad. Aparentemente, ahora todos somos investigadores y periodistas. Otra razón es que nosotros, como científicos, simplemente necesitamos trabajar más para comunicar nuestros hallazgos de manera efectiva. Dar prioridad a la financiación de las actividades de divulgación podría ser una solución rápida.
Las fuentes expertas de conocimiento y la confianza en ese conocimiento se están erosionando en correlación con la mayor cantidad de información disponible. En principio, ya no es necesario pasar por el riguroso proceso de edición de textos para publicar algo一algunas personas incluso publican sus propios blogs! Como resultado, hay disponible más información engañosa, demasiado complicada o simplemente incorrecta. Si se monetizara el alcance científico, podríamos comenzar a cerrar la brecha entre los expertos y el público en general a medida que aumenta el conocimiento y, por lo tanto, la confianza en los científicos comenzaría a mejorar. A los científicos normalmente se les paga (o, financiados por intereses públicos o privados) para adquirir y analizar datos, publicar sus hallazgos a través de un riguroso proceso de revisión por pares, comunicarse con otros científicos en su campo y enseñar a los estudiantes一lamentablemente no al público en general. Es suficiente decir que la comunicación científica está mal financiada. ¿Por qué? Cui bono? La razón es que tales actividades, como la educación en general, son inversiones a largo plazo con beneficios a largo plazo difíciles de cuantificar que se desarrollan a lo largo de generaciones, mientras que la política democrática hace su juego durante meses y años.
Dicho esto, hay algunos recursos excelentes en Internet donde se pueden encontrar buenos resúmenes de conceptos científicos (por ejemplo, brillant.org), pero para bien o para mal, generalmente todavía están financiados por un modelo publicitario.
La ciencia puede estar equivocada, especialmente cuando se esperan resultados rápidos. Pero, la belleza de la ciencia es que se autocorrige (¡en teoría!), de modo que el antídoto para la mala ciencia es más, mejor ciencia. En cambio, nuestro fantástico acceso a la información y la «economía de la atención» lleva a que algunas ideas (podrían ser malas) se publiciten de manera más eficiente que otras, llegando así a una audiencia más amplia, siendo así más influyentes en la opinión pública de la ciencia, lo que lleva a aumento de la desconfianza en los expertos científicos. Entonces, los científicos sienten que el esfuerzo es inútil y se dan por vencidos. Suspiro…
Francamente, la ciencia en realidad no funciona por consenso, pero en el sentido cotidiano hay que elegir una explicación u otra para avanzar como sociedad. En general, lo mejor que puede hacer es optar por una opinión consensuada, manteniendo la mente abierta a los cambios a medida que la información esté disponible. Con el tiempo, la ciencia descubrirá las respuestas, pero, por su propia naturaleza, lleva tiempo. El cambio climático es un gran ejemplo. La mayoría de los científicos del clima podrían estar equivocados, pero no me jugaría la vida por ello.
Quizás otra razón del abismo de comunicación entre los científicos y el público en general podría tener algo que ver con la personalidad de los científicos. Si bien hay mucha variación, supongo que la mayoría de los científicos tienden a ser del tipo contemplativo algo introvertido. Definitivamente yo me caracterizaría de esa manera.
Esa personalidad, cuando se combina con incentivos económicos deficientes, el creciente cuerpo de conocimientos y el acceso a esos conocimientos, actúan en conjunto contra la comunicación científica eficaz con el público en general. Además de todo eso, hay muy pocos científicos en posiciones gubernamentales de toma de decisiones, donde tendrían la oportunidad de comunicarse con la sociedad en el escenario nacional o internacional. Los científicos están subrepresentados en el gobierno. Esto tiene que cambiar.
Todos estos factores contribuyen a la desconfianza en la institución de la ciencia y, por tanto, a que el público esté mal informado. Covid-19 ha sido un brillante ejemplo de eso.
Al comienzo de la pandemia, se nos dijo que siguiéramos algunas pautas generales para mitigar el brote. Ahora, un año después, la ciencia ha acumulado suficientes datos para demostrar que algo de esto era innecesario. Si bien el principio de precaución está en juego aquí y es mejor prevenir que curar, los políticos egoístas a menudo usan estos «errores» para desacreditar a los científicos para que sirvan a sus propias agendas. La voz más fuerte a menudo gana. Pero, como creo que ya he señalado, algunos de estos hechos simplemente no los conocíamos hace un año. Por ejemplo, ahora sabemos que el Sars-Cov-2 sobre todo se transmite por el aire, no se propaga a través de fómites (contacto superficial).
Al comienzo de la pandemia, fue con mucho estrés y ansiedad que miramos hacia la calle aquí en Cataluña para ver a trabajadores municipales vestidos con EPIs desinfectando las aceras contra esta supuesta propagación de fómites, lo que implica que básicamente todo era contagioso. Evocaba imágenes del futuro que no inspiraban esperanza. En retrospectiva, probablemente podríamos habernos centrado únicamente en la transmisión aérea, pero no teníamos los datos ni el tiempo para llevar a cabo un análisis en profundidad de costos versus riesgos. Hicimos lo mejor que pudimos.
Lavarse y desinfectarse las manos no fue en vano. Probablemente impidió otras transmisiones fómites de virus y bacterias, que normalmente simplemente hubiéramos tolerado (estadísticamente, como sociedad), o ni siquiera atribuido a ningún patógeno dado porque no teníamos los datos de control para verificarlo. En general, esto nos ayudó a «aplanar la curva» al reducir la carga en los hospitales.
Flecha de Apolo
Unas semanas antes de la declaración de una pandemia mundial por parte de la OMS, los casos de Covid realmente comenzaron a aumentar en Italia y España. En ese momento, había muy pocos casos en América del Norte, y la propagación en China aparentemente estaba fuera de control. Era demasiado pronto para saber cómo se desarrollarían las cosas en otros países, pero era totalmente obvio para mí que Estados Unidos bajo la administración de Trump lo iba a manejar mal. Al mismo tiempo, tanto a la izquierda como a la derecha, los principales medios de comunicación estadounidenses fueron una enorme cacofonía de desinformación y argumentos de «sí, pero» en contra que se expresaron como si debieran o pudieran ser tratados de forma aislada. Seguí casualmente con incredulidad en la máquina de indignación conocida como Twitter.
Uno de los pensadores más claros y responsables de Covid fue Nicholas Christakis, quien desde entonces ha escrito brillantemente un libro completo sobre el tema, Apollo’s Arrow (podéis encontrar el resúmen castellano aquí), que recomiendo. Fue de él, especialmente durante las entrevistas con Sam Harris en el Podcast ‘Making Sense’ (Episodio # 190, aquí (inglés), y el Episodio # 222 más actualizado, aquí (inglés)), que aprendí por primera vez, los términos ‘distanciamiento social’ y ‘aplanamiento de la curva’, la eficacia del uso de mascarillas y el lavado de manos, y donde tuve la ocasión de reflexionar sobre cómo las sociedades complejas encaran la toma de decisiones.
En Apollo’s Arrow, Christakis, sociólogo y médico de Yale, detalla las diferencias entre la propagación sintomática y asintomática, los períodos de incubación frente a los períodos latentes de las enfermedades infecciosas y los valores de R0 frente a Rt, la propagación en la comunidad, la tasa de letalidad y la estadística de ‘exceso de mortalidad’ como una medida clara del número de muertes por encima del promedio. El exceso de mortalidad debería resolver de una vez por todas el debate de si las muertes se habían reportado en exceso o si la neumonía o la gripe habían sido diagnosticadas erróneamente como Covid-19, aparentemente para inflar artificialmente el número de casos de Covid, afirmando que las cosas no estaban tan mal como podría pensar … y aquí, no pasa nada.
Como señala Christakis, si se observan simplemente las estadísticas de «exceso de mortalidad» en un período de tiempo determinado, se ve claramente que estamos en una situación de pandemia real y duradera. En otras palabras, no es necesario encontrar definitivamente los virus Sars-Cov-2 en cada paciente para saber que tenemos un problema. El libro profundiza en cómo, en tiempos de crisis, podemos unirnos, pero también nos separan el dolor, el miedo y las mentiras, las mentalidades de “nosotros contra ellos” y el pensamiento tribal.
Esto es especialmente pertinente en estos tiempos post-Covid que se caracterizan de manera única por la avalancha de información, información errónea y desinformación inherentes a las redes sociales. Es fácil entender por qué tanta gente está confundida.
Cómo lo vivimos nosotros
En España, la situación realmente comenzó a empeorar a finales de febrero, o principios de marzo, justo después de un repunte en los casos en Italia. Acabábamos de hacer un viaje de esquí en los Pirineos por mi cumpleaños y, mientras no disfrutábamos de las pistas, tratábamos de dar sentido a la noticia de Covid difundida desde China, cómo se habían movilizado para construir de manera impresionante un enorme hospital improvisado en sólo unos días, y cómo, esta historia simplemente no desaparecería.
Cuando regresamos de las pistas, asumimos la vida con normalidad. Anna tenía trabajos de geofísica planeados y yo estaba a punto de presentar los resultados de un estudio fotométrico que había realizado, que cuantificaba el crecimiento de un vertedero local, el Abocador de Can Mata, que se ha convertido en una monstruosidad notable, pero también es un riesgo potencial para la salud a largo plazo para la gente de mi pueblo, Masquefa.
Además de los trabajos de corrección de artículos en inglés y algo de fotografía, también daba charlas de divulgación científica en las escuelas locales, especialmente a la que asisten mis hijos, l’Escola Font del Roure.
Allí, habíamos observado recientemente el tránsito de Mercurio frente al Sol, hicimos volcanes con latas de Coca Cola Light y jugado con láseres y cajas de arena de realidad aumentada. Pero durante el tiempo en cuestión, estaba preparado para ir y discutir los problemas ambientales locales con el público en general. Luego vino la llamada del director de la escuela informándome que tendríamos que posponer la presentación como medida de precaución contra la propagación de Covid, que se estaba convirtiendo en una amenaza cada vez mayor. Más tarde, estando en la cocina lavando los platos, fue cuando finalmente nos dimos cuenta de la gravedad de la situación. Definitivamente no parecía un brote anterior de enfermedades infecciosas. Al final del día, que era miércoles, decidimos mantener a los niños en casa el resto de la semana por precaución y ver cómo iban las cosas durante el fin de semana.
Y, vaya, ¡cómo fueron! La capital de nuestra comarca, Anoia (Igualada), fue acordonada y bajo estricto confinamiento mientras nos preparábamos para la mismo. El fin de semana se decretó el estado de alarma y comenzamos a recibir noticias de los primeros casos reportados de Covid en Masquefa y pueblos cercanos, especialmente en hogares de ancianos, donde la tasa de mortalidad excesiva era evidencia suficiente de que las cosas habían cambiado para siempre. Los gráficos demográficos futuros mostrarán esto claramente. Entre momentos de aparente pánico, hubo extraños momentos prolongados de inquietante calma. La concurrida calle en la que vivimos ahora estaba tranquila. La vista hacia Martorell, el valle del Llobregat, que se encuentra en la confluencia de dos grandes autopistas, quedó, en pocos días, notablemente libre de su característica neblina marrón. Algunos almendros todavía estaban en flor y en poco tiempo las golondrinas regresarían de África. ¿Notarían que algo estaba pasando?
La policía local comenzó a patrullar por las calles anunciando por megáfonos que todos se quedaran en casa, para evitar salir a la calle excepto para servicios esenciales. Hemos visto la calle con esos EPIs rociando desinfectante en todas las superficies. Recuerdo haber pensado que se sentía muy inquietante, pero, por otro lado, sentimos esta sensación de buena suerte de que nuestro pueblo se lo tomara tan en serio y que tuviéramos un techo sobre nuestras cabezas, sin mencionar que podíamos trabajar desde casa donde nos sentíamos seguros. Los niños empezaron a publicar mensajes inspiradores en las ventanas … todo irá bien … Algunos vecinos celebraron fiestas confinadas de rock n’ roll en las azoteas cuando la realidad del confinamiento se hizo evidente.
La semana siguiente, cuando comenzó el confinamiento oficial, Anna y yo nos miramos con incredulidad de que todo esto estuviera sucediendo tan rápido. Las escuelas ahora estaban cerradas hasta al menos después de Pascua. Los niños, por supuesto, estaban encantados de no tener escuela, felizmente inconscientes de los peligros; como lo fuimos todos, hasta cierto punto, supongo. Cancelé un viaje planeado a Londres con amigos. La vida cambiaba a cada hora.
Existe ese extraño sentido de solidaridad que acompaña a las crisis colectivas. Tenía esa especie de sensación de consuelo que tienes cuando descubres que mucha gente suspendió el examen. Todavía suspendiste. Pero saber que no estás solo siempre es muy reconfortante.
Todavía habíamos pensado que todo esto pasaría pronto, y nos contentamos con esperar, trabajando desde casa, disfrutando el momento lo mejor que pudimos y uniéndonos en videochats semanales con familias o con amigos para un vermút y patatas chips, en lugar de reunirnos con ellos a la plaza.
Uno de los momentos más conmovedores llegaba todas las noches a las 8 en punto, cuando todos salíamos a nuestros balcones y empezábamos a aplaudir. No sé quién comenzó esto, pero todas las noches nos traía lágrimas a los ojos y un escalofrío por la espalda mientras nos ‘distanciábamos socialmente’ con nuestros vecinos en nuestros respectivos balcones de esta manera única de reconocer el sacrificio de los trabajadores sanitarios, que no tenían el lujo de trabajar desde casa.
Aprender de nuestros fracasos
Así que, aquí nos encontramos, un año después. ¿Que ha cambiado? La socióloga e informática Zeynep Tufecki habla con elocuencia de nuestra manía colectiva, que atribuye en parte al mal trabajo que han hecho los principales medios de comunicación (en el mundo Occidental) con respecto a sus mensajes sobre Covid, señalando cómo se han centrado en listas de actividades que todavía no podemos hacer (incluso después de la vacunación), cómo se enfocan en el hecho de que los tratamientos no son 100% seguros o efectivos (¡por supuesto!) sin comunicar un sentido de proporción, lo que lleva a las personas a pensar que no tiene sentido cumplir con las pautas recomendadas. En su artículo (inglés) en The Atlantic, describe cinco errores pandémicos que seguimos repitiendo.
Compensación de riesgos: que las personas respondan a las medidas preventivas adoptando una actitud indiferente hacia los riesgos percibidos. Esto es similar a, en el pasado, la gente que afirmaba que los cinturones de seguridad nos harían conducir de manera más imprudente, con una falsa sensación de seguridad. Para ser claros, una falsa sensación de seguridad es algo real, pero es un efecto secundario que es ampliamente superado por los beneficios de primer orden.
Reglas en lugar de mecanismos e intuiciones: dado un conjunto de reglas fijas de falsa precisión, a las personas les resulta fácil eludirlas técnica y pedantemente. Por ejemplo, para evitar sanciones o multas, las personas o empresas manipulan ridículamente las reglas para no romperlas técnicamente. La autora escribe, por ejemplo, cómo la gente evita romper el estándar de «contacto cercano» si se aleja unos centímetros de la pauta recomendada para estar técnicamente en cumplimiento. Para ella, la falsa precisión no es más informativa; es engañosa. En retrospectiva, sabiendo que se trataba de un virus transmitido por el aire, no deberíamos haber tenido los mismos estándares de contacto para interiores y exteriores. En interiores, en una habitación mal ventilada, el riesgo es alto. En el exterior, es todo lo contrario, el virus se diluye fácilmente y el sol y otros factores ambientales actúan para desactivarlo evaporando los portadores de gotas de agua o descomponiendo los lípidos que protegen el ARN viral. Además, el virus está «demasiado disperso», lo que significa que sólo unas pocas personas realizan la mayor parte de la transmisión, mientras que la mayoría no transmite el virus en absoluto. Entonces, debido a que hay reglas / pautas fijas, en lugar de educar a las personas con todos los matices que serían necesarios, uno se hace creer que retroceder unos centímetros, mientras está en el interior, es suficiente; mientras que, en realidad, estar al aire libre es mucho más seguro, incluso si se está más cerca. Personalmente, me sentiría más seguro afuera sin mascarilla que dentro de un pequeño espacio lleno de gente llevando mascarilla. Pero las mascarillas también son un símbolo de solidaridad con los demás, especialmente con los infectados. Por lo tanto, seguid utilizándola durante almenos los próximos meses, incluso después de vacunaros.
Castigo y vergüenza: señalar con el dedo es una forma ineficaz de cambiar el comportamiento de las personas y afianza la polarización al tiempo que desalienta la honestidad. (Yo, por mi parte, debería saberlo. A principios de los 90 molestaba incesantemente a mis padres y hermanos cerrando el grifo del agua mientras se cepillaban los dientes para ‘salvar el planeta’. ¡Lo siento, muchachos!). Al comienzo de la pandemia había el problema real de la escasez de mascarillas. Pero la historia nos ha enseñado que cuando sólo se permite que los enfermos usen máscarilla (debido a una escasez percibida; pensad en la tuberculosis), invita a la estigmatización y marginación de individuos y grupos. Esos grupos están correlacionados de diversas formas con el estado económico, el sexo, la raza y la etnia, por lo que también se corre el riesgo de exacerbar esas tensiones. Dicho esto, si ves a alguien que se niega a usar una mascarilla, puede que no valga la pena el esfuerzo, o incluso puede ser contraproducente comenzar una discusión con esa persona.
Reducción de daños: el riesgo nunca se puede eliminar por completo, por lo que los mensajes deben centrarse en la mitigación en lugar de en intentos inútiles de reducir el riesgo a cero. Al centrarnos únicamente en el virus, descuidamos otros aspectos importantes de la vida, como la reducción del estrés, la comida y la vivienda, y el significado de la vida en esta nueva anormalidad. También añadiría que no se está prestando suficiente atención a la alimentación y, por lo tanto, a mantener un sistema inmunológico saludable. En cambio, la medicina occidental se centra en las curas, no en la prevención. Algunos argumentaron que usar una mascarilla de hecho hará daño, porque, aparentemente, la gente, ¿qué? … ¿se tocará más la cara? ¿En serio? ¿Como si tocarse la cara sin mascarilla fuera menos dañino? Nuevamente, són efectos secundarios.
El equilibrio entre conocimiento y acción: esto está relacionado con el último punto, creo, pero queda por decir que sólo porque no tengamos el 100% de la información para actuar, no significa que no podamos justificar alguna precaución. También deberíamos haber hecho más para reconocer que no hay buenas opciones, solo compensaciones entre diferentes desventajas. Sí, usar una mascarilla puede tener algunos efectos secundarios negativos. Pero en general son efectivas. Son literalmente, mejor que nada. Finalmente, las declaraciones de las autoridades oficiales podrían haber sido mucho más claras; la gente puede manejar un pequeño matiz. Por ejemplo, la OMS declaró que «no había evidencia clara de transmisión de persona a persona»一 ¡en el mes de enero de 2020! Más bien, debería haber dicho que «era cada vez más probable que se estuviera produciendo una transmisión de persona a persona (dado el caos en China en ese momento), pero que necesitamos más pruebas para saberlo con certeza«. Del mismo modo, deberíamos elogiar el gran éxito de un desarrollo de vacunas tan rápido, sin preocuparnos de que las vacunas no sean perfectas. O, en lugar de insistir en las variantes y la eficacia de las vacunas a ese respecto, nuestros líderes deberían decir algo como «tenemos motivos para creer que la vacuna será eficaz contra variantes conocidas, pero necesitamos más datos para decir cuánto tiempo proporcionará inmunidad«. Necesitamos más científicos como funcionarios electos.
Algunos de estos puntos destacan una tendencia inquietante, que es la confianza pública en las instituciones, que mencioné en mi primer blog. Sí, los científicos cometen errores, tanto individual como colectivamente, como parte del gran edificio de la ciencia. Pero debemos resistir la tentación de desconfiar de ellos. Sobre todo, las instituciones científicas establecidas son donde se encuentran la mayoría de los mejores científicos. Quizás esto tenga algo que ver con la forma en que la titularidad, o la estabilidad laboral en general, facilita que los científicos se centren en objetivos científicos a más largo plazo. Vivimos en un mundo donde todos tienen el equivalente a una supercomputadora en el bolsillo con acceso a la suma total del conocimiento del mundo, así como la velocidad de acceso que nos permite difundir opiniones disfrazadas de hechos. Lo que necesitamos ahora más que nunca es la confianza en nuestras instituciones. No son perfectas, pero juntos podemos mejorarlos ampliando nuestra participación en ellas.
Para mí, uno de los puntos principales del artículo de Tufecki es que las pautas son sólo eso, una generalidad, no aplicable a todas las situaciones, y que los gobiernos y otras autoridades no deben dudar en enfatizar información cuidadosa y precisa con abundancia de matices. Podemos manejarlo.
Estamos en lo que algunos llamarían “ el tercer cuarto” de la pandemia. Hay un cierto ‘blues’ del tercer cuarto sobre el que he leído recientemente. Está en un artículo (inglés) de Tara Law en la revista Time, que describe qué aislamiento han encontrado los investigadores que realizan estancias prolongadas en la Antártida para futuras misiones a Marte. Es esa sensación de que la luz está al final del túnel, pero todavía tenemos un duro trabajo por delante. Ahí es donde estamos ahora. Nos dirigimos hacia tierra en un bote remendado, pero aún no podemos ver la orilla debido a la curvatura del planeta.
Deberíamos aprender muchas lecciones de esta experiencia global. Una lección es que será la ciencia quien pondrá fin a esta pandemia. Las vacunas son, por supuesto, una solución tecnológica; no solucionará los problemas sociológicos fundamentales que llevaron o exacerbó a la pandemia. Pero las soluciones tecnológicas son mucho más fáciles, incluso si sólo ofrecen soluciones inmediatas, no definitivas. Ten paciencia, tu turno llegará. Y, independientemente de si eres uno de los primeros o el último en vacunarse, el principal beneficio de las vacunas es la inmunidad colectiva. Por eso, los individuos no son tan importantes como el colectivo. Si la Covid-19 nos ha enseñado algo, debería ser que es un problema global y deberíamos abordarlo como una comunidad global en lugar de volver a hundirse en el nacionalismo anticuado..
Desde un punto de vista sociológico, un aspecto interesante que está surgiendo es cómo diferentes sociedades han gestionado una misma pandemia. Para obtener una introducción completa sobre cómo las diferentes sociedades afrontan las crisis, recomiendo el reciente libro prepandémico de Jared Diamond llamado Upheaval (“Convulsión”), escrito unos años antes de la pandemia, que compara y contrasta crisis individuales y nacionales en varios países. Discute si las sociedades, de hecho, necesitan una revolución para iniciar un cambio.
Por otra parte, en un artículo reciente (inglés), el historiador Gwynne Dyer analiza la sociedad a este respecto señalando un estudio de Michele Gelfand, psicóloga cultural de la Universidad de Maryland, que parece haber dado en el clavo sobre cómo las distintas sociedades afrontan las crisis diferentemente. ¿Por qué dos de los países más ricos del mundo, Estados Unidos y el Reino Unido, han tenido los peores índices de mortalidad por millón? Si bien tiene en cuenta las diferencias demográficas entre los países del primer y tercer mundo (específicamente, hay más ancianos en el primero, que son más susceptibles a Covid-19), Gelfand, en su nuevo libro distingue entre lo que ella llama sociedades rígidas y flexibles. Las sociedades rígidas adoptan la disciplina, mientras que las sociedades flexibles adoptan una cultura de infracción de las reglas.
En particular, los países y regiones que adoptan la disciplina (por ejemplo, Japón, China, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong) fueron mucho más proactivos a la hora de abordar el virus de frente. Según Gelfand, las denominadas sociedades flexibles, como el Reino Unido y los Estados Unidos, tenían una tasa de infección cinco veces superior a la de las sociedades rígidas. Y no es sólo que (para los países de ejemplo que doy) tienen más experiencia con enfermedades infecciosas; piense en cómo el primer SARS en 2003 devastó brevemente partes de Asia. También es que los países que tienen una historia reciente de lidiar con crisis nacionales e internacionales (en general) están más preparados psicológicamente para hacer lo que es necesario de manera organizada. Para esto te redirecciono al libro de Jared Diamond. De todos modos, no es el único factor determinante, pero sí resalta lo difícil que es en muchas democracias occidentales movilizarse contra lo que paradójicamente la mayoría de la gente no tendría ningún problema en llamar un “enemigo común.”
Entonces, volviendo al título de este blog, ¿cuáles son mis pensamientos sobre la Covid? Bueno, en primer lugar, no lo odio en ningún sentido emocional real. Si piensas un momento, encontrarás que es casi imposible odiar algo que no es un ente independiente, salvo sus instrucciones moleculares para hacer copias de sí mismo. Es parte de la naturaleza y la naturaleza es neutral en el gran esquema de las cosas. Los virus hacen la suya. Depende de nosotros responder a esta amenaza real de manera racional, prudente y colectiva. Sabemos qué son los virus. Sabemos cómo controlarlos. De hecho, la ciencia acaba de inventar muchas formas (vacunas) para hacer exactamente eso. Deberíamos darnos una palmadita en la espalda o celebrar, o al menos, planificar la fiesta para cuando sea seguro hacerlo.
Siempre será mucho más fácil criticar los fracasos de las sociedades al lidiar con las crisis que celebrar sus éxitos. Pero deberíamos darnos algo de crédito. Durante los brotes históricos, antes de la teoría del átomo, o teoría de los gérmenes, sabíamos que había algo «en el aire», pero al menos esta vez no culpamos a las brujas. Actuamos juntos (en diversos grados) y se nos ocurrió una solución tecnológica para un problema social. Es mucho, mucho, más difícil encontrar una solución sociológica permanente, pero hemos hecho avances en esa dirección reflejados en reglas y normas cambiantes que nos verán mejor preparados para responder la próxima vez. Creo que mi suegra eligió la metáfora perfecta en sus recientes memorias personales de la vida bajo el encierro en Cataluña, cuando describió todo esto como un «edredón de colores», una manta de retazos de colores. A pesar de nuestros mejores esfuerzos para ordenar el edredón (sociedad) eligiendo la disposición de los parches, todavía hay un cierto caos en orden, con cada patrón y color reflejando la complejidad de esta gran civilización global.
Hay muchas razones para tener esperanza en el futuro. Algo que sorprende al observar la pandemia de 1918 en retrospectiva es que ahora se están aplicando las mismas normas probadas y comprobadas para prevenir la propagación en la comunidad. Las vacunas no eran tan comunes hace cien años y, como señaló Walter Isaacson en una entrevista reciente (inglés), eran esencialmente facsímiles muy simples del virus o bacteria en cuestión con la esperanza de estimular el sistema inmunológico y crear anticuerpos. Pero, ahora, gracias a los descifradores de códigos genéticos pioneros como Jennifer Doudna y otros, y a la ciencia y la tecnología como Crispr, podemos usar ARN para decirle a nuestros sistemas inmunes que creen antígenos para atacar virus específicos y sus cepas. Esto debería darnos una gran esperanza en la lucha contra próximos virus.
En el último año ha habido muchos cambios de vida para nosotros personalmente que probablemente no se hubieran producido si no fuera por la pandemia. Aquí hay algunos ejemplos: Nos hemos vuelto más liberales con las pantallas y el tiempo que pasan nuestros hijos frente a ellas. Básicamente, aunque tratamos de limitarlo, está quedando claro que las pantallas serán cada vez más omnipresentes en el futuro, especialmente con los videochats personales y profesionales regulares, las clases en línea y, simplemente, la maravillosa disponibilidad de conocimiento en Internet. Otro cambio ha sido el saneamiento general. Siempre hemos alentado a nuestros hijos a lavarse las manos con regularidad, por ejemplo, pero ahora también tenemos desinfectante de manos en varios lugares de la casa, y usar una mascarilla, aunque incómodo, ya no es un gran problema. Están las pequeñas cosas, como que usar gafas se ha vuelto un poco más molesto porque respirar a través de la máscara empaña las lentes, por no hablar de lo que uno nota de la respiración en una máscara congestionada. Aparentemente se han ido para siempre los numerosos saludos cordiales como los apretones de manos y los besos en ambas mejillas típicos de gran parte de Europa. Estos han sido reemplazados por el saludo de puño o del codo, o nada en absoluto. Incluido he visto cuatro reverencias ocupando su lugar. Será interesante ver cuánto cambiará esta costumbre como resultado de la concienciación generada por Covid. ¿Nos volveremos más distantes socialmente en general?
Así que te deseo unos meses más de esperanza, con una dosis de paz y serenidad durante el tramo final de la pandemia, y que, a pesar de los dolores de cabeza, salgamos mejor preparados. Cuando termine la pandemia, lo celebraremos todos. Aguanta. Abraza a tu familia. Todo irá bien.